Charles H. Spurgeon visto por por Charles R. Swindoll (*)

 

(*) El autor es uno de los más populares autores y conferencistas de nuestro tiempo. Durante treinta años ha sido pastor, y en 1993 fue nombrado como presidente del Seminario Teológico de Dallas.

 

Spurgeon era singular. Si no es el predicador más grande en la historia de la iglesia, está ciertamente entre los diez principales, en mi opinión. En cualquier momento que surge el tema de la predicación en un aula o entre un grupo de pastores, el nombre Spurgeon aparece prontamente.

 

Sus obras son útiles y significativas. Fue pastor de una Iglesia Bautista en Londres, donde sirvió a su Señor por 38 años. Un biógrafo declara que la gente se paraba en la nieve en medio del invierno esperando que se abrieran las puertas para asegurarse un asiento y escuchar predicar a este príncipe del púlpito. Durante su tiempo allí, fue responsable del aumento de la membresía de 6,000 a casi 14,500. Un hombre verdaderamente sorprendente. Aunque era bautista, era un evangélico calvinista.

 

Principalmente, era un hombre hecho para el púlpito. Como dice un biógrafo:

 

Era preeminentemente un predicador. Su clara voz, su dominio del idioma, y su astuto sentido del humor, aliado con un entendimiento firme de la Escritura y un profundo amor por Cristo, produjo parte de la predicación más noble de cualquier era.

 

Sin embargo, a pesar de todas sus fortalezas y nobles logros, en su tiempo Spurgeon recibió mucha crítica. Como Martín Lutero, parecía florecer en la tormenta.

 

Mientras más vivo, más crece mi admiración por esta vasija singular usada de manera tan poderosa por Dios aunque criticado de manera tan ferviente por otros, especialmente cristianos. Aunque muerto, todavía habla. Sus volúmenes continúan estimulando e instruyendo a los que estamos en el servicio cristiano. Cualquiera que entra al ministerio debe leer a Spurgeon y hacerlo al menos una vez al mes. Recomiendo especialmente el libro Conferencias a mis estudiantes. En él escribe:

 

Cada obrero conoce la necesidad de mantener sus herramientas en buen estado ... Si el obrero pierde su empuje ... sabe que habrá una sequía mayor sobre sus energías, o su obra se realizará de mala manera ...

Para mí sería en vano llenar mi biblioteca, u organizar sociedades, o planificar esquemas, si ignoro la cultura propia; porque los libros, las agencias y los sistemas, sólo son remotamente instrumentos de mi llamado santo; mi espiritu, alma y cuerpo son mi maquinaria más cercana para el servicio sagrado; mis facultades espirituales y mi vida interna, son mi hacha de batalla y armas de guerra ...

 

[Entonces, citando de una carta del gran ministro escocés Robert Murray McCheyne, concluye] «Recuerda que eres la espada de Dios, su instrumento, confío en que eres un vaso elegido por Él para llevar su nombre. En gran medida, de acuerdo con la pureza y la perfección del instrumento, será un éxito. Dios no bendice tanto al talento grande así como la semejanza a Jesús. Un ministro santo es una arma tremenda en la mano de Dios.

 

Hay todo tipo de tentaciones para que el pueblo de Dios (¡especialmente los ministros!) se ajuste, siga el paso, y vaya tras la cadencia de nuestros tiempos... y si la seguimos, seremos ilegítimos, aburridos, predecibles y, bueno, «religiosos». ¡Necesitamos que se nos advierta contra eso! Aunque no podemos ser Spurgeons (con uno bastaba), hay mucho que aprender de este modelo de pensamiento claro, predicación apasionada, escritura creativa, y una determinación inflexible.

 

… El libro de Spurgeon, Conferencias a mis estudiantes. Aunque fue escrito hace más de cien años, describe algunas de las razones por las cuales sufrimos «agotamiento» en el ministerio hoy.

Reconoció la depresión en su vida, muchas veces antes de un gran éxito, algunas veces después de un gran éxito, y usualmente por algo que no podía explicar. Tituló este capítulo Los ataques de desmayos de los ministros, (¡gran título!). Escuche estas francas declaraciones.

 

Los ataques de depresión nos sobrevienen a la mayoría. A pesar de lo alegres que seamos, necesitamos que se nos abrume de vez en cuando. Los fuertes no siempre son vigorosos, los sabios no siempre están listos, los valientes no siempre son valerosos, y los alegres no siempre son felices. Podrán haber aquí y allá personas de hierro[...] pero ciertamente el moho perturba inclusive a estos.

 

 

Tomado y adaptado del libro El poder de la esperanza, Editorial Caribe, 1999.
Usado con permiso.
 

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